Uno de los grandes padecimientos que estamos viviendo los seres humanos en estos tiempos y que tal vez no hemos logrado entender del todo, es el miedo. Esta sensación de miedo se expresa frente a múltiples situaciones como el miedo a perder, el miedo a estar expuestos, el miedo a lo desconocido, el miedo a no ser suficiente, entre otros. Cuando se habla del miedo, muchas veces este se define con un sesgo negativo, como un enemigo silencioso que no sirve para otra cosa que para paralizar o incomodar a quien lo experimenta.
El miedo desde el instinto sirve como una respuesta natural al peligro o ante una amenaza percibida, ya que es la señal que desencadena la respuesta de lucha o huida del cuerpo para ayudar a proteger al individuo de algún daño potencial. En resumen, el miedo instintivo tiene la importante función de preservarnos cómo especie ante cualquier cosa o situación que amenace nuestra supervivencia.
Pero el miedo también juega un papel fundamental en el crecimiento y desarrollo personal como aprendizaje dentro del proceso evolutivo de las personas. Cada vez que nos enfrentamos a una situación donde esté presente el miedo, es una gran oportunidad para aprender a confiar en nosotros mismos y en las decisiones que tomamos. Nos muestra la importancia de tener una actitud de certeza y de coraje ante la vida cuando la mente nos trata de engañar con ideas que solo están en nuestras creencias.
Ante la falta de seguridad y la duda, el miedo es un gran impulsor que nos invita a llevar todo lo que pensamos a la acción para poder verificar realmente a través de resultados reales el éxito o fracaso de las decisiones que se toman. El miedo nos muestra que justamente las acciones concretas son el único camino para disminuir las sensaciones de temor o parálisis presentes en nuestra mente. Si se trata de enfrentarse a algo nuevo o a estar expuesto, una acción concreta es la preparación y la práctica, que pueden ayudar a tener la sensación de seguridad o dominio de algún tema.
Cuando hay miedo a perder lo que se tiene, no se disfruta, y es entonces cuando aparece el apego a las personas o cosas y la sensación de querer controlar todo.
No se trata de no sentir miedo, se trata de hacerlo consciente y entender cómo podemos usarlo a nuestro favor y aprovechar su presencia como elemento de aprendizaje. El miedo nos obliga a enfrentarnos con eso que tanto se nos dificulta, para que cada uno pueda encontrar la manera de hacerle frente y transformarlo en nuevas actitudes ante la vida, renunciando a lo que siempre hemos creído o pensado.
Así pues, el miedo, ese mal llamado enemigo silencioso, no es más que un entrenador que tiene mucho para enseñarnos de nosotros mismos; en la medida que lo hagamos consciente, lo podremos emplear como una herramienta que nos lleve a fortalecer la autoconfianza y el creer en nosotros mismos; nos lleve a experimentar coraje ante las circunstancias que enfrentamos y a hacernos responsables por los resultados que obtenemos fruto de nuestras decisiones. Sentir miedo por situaciones que no están en nuestro círculo de influencia y acción, es una pérdida de foco y energía y no tiene ningún propósito, más que vivamos en nuestros pensamientos y alejarnos de nuestra realidad, que finalmente es donde ocurre la vida y donde podemos actuar.
Francisco José Rodriguez Barbetti